La Cena y la Donación

Es muy significativo que en la celebración del Jueves Santo, en lugar de que leamos la institución de la eucaristía, la Iglesia nos invite a leer la narración del lavatorio de los pies que se nos presenta como un suceso que interrumpe la cena que Jesús celebra con sus discípulos, amigos y amigas y seguidores.

El capítulo 13 del cuarto evangelio sintetiza el ministerio de Jesús y anticipa lo que viene afirmando que Jesús “había amado a los suyos que estaban en el mundo y los amó hasta el extremo.” (13,1b). Este verso es el culmen de la vida pública de Jesús: su vida, su ministerio, su predicación se pueden resumir en la entrega y en la donación de la propia vida en favor de los suyos, de los que le han aceptado, seguido y amado.

Este amor que Jesús ha manifestado a los suyos, a quienes le han seguido o buscado, es un amor que ha llegado hasta el final, hasta el extremo, hasta la plenitud. Dar la propia vida es una muestra de amor auténtico.

En la vida diaria, nosotros con frecuencia afirmamos amar a las personas, pero ese amor no siempre se traduce en entrega o donación. Pensamos que amar es sentir cosas bonitas o bellas por los demás, desearles el bien.

Amar no es querer el bien para los otros, sino procurarles, facilitarles, hacerles el bien, aunque eso exija sacrificios, dolor, lágrimas, incluso sangre.

Jesús interrumpe la cena para lavar los pies a sus discípulos porque es el mejor signo de que entrega toda su vida en favor de ellos. Quitarse el manto tiene el sentido de despojarse de todo lo que sea necesario para ponerlo a los pies de los seres amados.

El que come con Jesús no se puede conformar con compartir su mesa, tiene que compartir sus actitudes, su donación, su entrega, su muerte en cruz. La ecuaristía no es solo momento de culto, es prepararse para vivir la vida como la vivió Jesús.

¿QUÉ DEBO HACER?

Pensar y repensar sobre la manera de hacer efectivo el amor que profesas a los tuyos. Como Jesús, hay que estar dispuesto a darlo todo, sin reservarse nada, y cuando asistas a la eucaristía, recuerda que Jesús te da lo necesario para vivir como él vivió y para servir a los demás como él lo hizo.

Festejar y Compartir

El evangelista Lucas es un hombre que conoce el corazón de sus personajes; muchas veces muestra ese conocimiento mediante el uso de un monólogo interno que se desarrollo en el interior de los actores como sucede en la parábola del hijo pródigo que se pone a pensar sobre su padre, su casa y los trabajadores de su padre, o el rico insensato que se pregunta qué hará cuando ha tenido una cosecha más allá de sus planes, o el administrador infiel que se plantea cómo subsistirá a partir del momento de quedar sin trabajo.

Las narraciones de Lucas no se limitan a mostrar unos hechos o unas palabras sino también a mostrar el perfil de sus personajes y la dignidad o indignidad que hay en ellos. Uno de estos personajes muy llamativos es el rico que diariamente se prepara banquetes, mientras que a su puerta yace un hombre con nombre, Lázaro, que no tiene nada qué comer y hasta se hartaría con las sobras que caían de la mesa de aquel rico. (Lc 16,19-20)

El autor no subraya la riqueza de uno o la pobreza del otro, sino las actitudes que el primero tiene para con el pobre. Nada impide a un hombre que posee bienes que los emplee como mejor le parezca, pero, lo que no le parece justo a Lucas es que el rico no tenga el tacto para socorrer a alguien que padece hambre, soledad, enfermedad y marginación.

Más llamativo es que, a pesar de que el pobre tiene nombre, ese hombre nunca habla, permanece en silencio, tanto en esta vida como en el seno de Abrahán; de hecho, quien habla en favor de Lázaro, no es él mismo sino Abrahán.

Los hombres y mujeres que sufren en este mundo pueden permanecer en silencio, callados, aislados, ocultos, pero a favor de ellos está Dios que espera que nosotros no seamos como el hombre rico para que no corramos su misma suerte: ser separados de Dios por habernos alejado del hermano que sufre.

¿QUÉ DEBO HACER?
Reconocer que Dios no tiene nada contra los bienes, la celebración o los banquetes, pero debes recordar que hay personas a quienes les falta lo fundamental para vivir dignamente y si les cierras tu corazón, garantizas que Dios te cierre el suyo. Dios quiere una vida digna para todos sus hijos y tú y yo podemos hacer realidad ese anhelo.

Del memorial a la presencia real

Uno de los pasajes más emblemáticos del Nuevo Testamento es el de la institución de la eucaristía; tan significativo es, que la narración aparece en cuatro pasajes: Mateo, Marcos, Lucas y 1 Corintios. El suceso está encuadrado en el ciclo de la pasión, en el que se nos dice que Jesús entró en Jerusalén, tuvo una última cena festiva con sus discípulos y amigos, fue prendido, crucificado, muerto y sepultado. En medio de todos estos acontecimientos en los que destacan el abandono, la traición, el miedo, el prendimiento, la condena, la muerte y la sepultura, como un oasis en medio de un desierto, se encuentra la narración de la última cena y la institución de la eucaristía.

En los tres evangelios se narran más o menos los mismos sucesos: se conspira contra Jesús, se anuncian la traición de Judas y las negaciones de Pedro, los preparativos de la última cena, la cena misma, la institución de la eucaristía, la agonía de Jesús, su prendimiento y el juicio y condena, con las variantes propias de cada autor.

Lucas y Pablo recuerdan a sus comunidades que Jesús les pide que hagan las mismas acciones “en memoria mía”. Y desde los orígenes de la Iglesia, las comunidades se reunían los domingos para celebrar el memorial de Jesús comiendo pan y bebiendo vino, que son cuerpo y sangre del Señor.

Pero al evangelista Juan, que nos narra este acontecimiento, le debemos el paso del memorial (recuerdo que tiene efecto en el aquí y ahora) a la convicción de que el pan es la carne de Jesús y que el vino es su sangre y que comiendo su cuerpo y bebiendo su sangre tenemos vida en nosotros. (Jn 6,51-58) La Iglesia cree que el pan eucarístico es la carne de Jesús y el vino consagrado, su sangre, puesto que no hay nada que Jesús se reserve para sí mismo y se lo niegue a sus discípulos y seguidores. Él mismo nos invita a estar dispuestos a darlo todo por los demás.

¿QUÉ DEBO HACER?
Preguntarte qué estás dispuesto a dar en favor, primero de los más cercanos e importantes a ti, pero, luego tienes que dar el paso de ser capaz de darlo todo por los demás, porque eso es lo que más te asemeja con Jesús que nos enseña: “nadie tiene amor más grande que el que da su vida por sus amigos”. (Jn 15,13)

El Pastor que pone una mesa

Todos conocemos el salmo 23, aquel que dice: “El Señor es mi pastor, nada me falta.” Es un salmo que despierta confianza en la gente que lo reza, le da esperanza y le permite tener la certeza de que, al final, pase lo que pase, vencerá y saldrá adelante.

Lo bello de esta oración es que el salmista se presenta como una oveja confiada, porque su Señor va con ella, le acompaña, le cuida, le protege, la alimenta. Que el pastor tiene cuidado de alimentar a la oveja se descubre porque declara que Dios le hace reposar en verdes prados y le conduce hacia fuentes tranquilas para reparar sus fuerzas. (Sal 23,2)

Una de las notas más de la Biblia es que presenta a un Dios que tiene cuidado hasta de los animales. El día sábado se obliga al fiel judío a permitir descansar a sus esclavos y a sus ganados (Ex 23,12), además, se le obliga a dejar que el buey que ayuda durante el levantamiento de la cosecha, coma de lo mismo que encuentra en su camino. (Dt 25,4).

Los autores de la Biblia recurren constantemente a las comparaciones para ilustrar, lo mejor posible, la manera en que se descubren delante de Dios. Ser una oveja no tiene nada que ver con no tener seso o ser tonto o ir en manada sino que es un modo de declarar que Dios cuida de ellas, vela por su vida, las alimenta, protege y ampara.

El mismo salmo pasa de la imagen de la oveja a la del hombre al que se prepara un banquete lleno de grandes manjares, en el que Dios muestra sus cuidados para con él perfumando su cabeza y le llena su copa para que celebre lleno de dicha y felicidad.

Jesús declarará que él es el buen pastor por excelencia, que da la vida por sus ovejas, porque son suyas, las ama y se las ha dado su Padre. El amor de Jesús es tal que sirve en la mesa su cuerpo y su sangre, ¿se puede ser más desprendido y mostrar un mayor amor?

¿QUÉ DEBEMOS HACER?

Imitar la generosidad y benevolencia de Dios con sus criaturas, sin descuidarlas, sin minusvalorarlas, recordando que, si puedes ser benevolente con los animalitos, mayormente lo debes ser con el prójimo, poniendo a su disposición cuanto eres y tienes, del mismo modo que lo hace Jesús.

Generosidad recompensada

Un pasaje excelente que nos puede ayudar a meditar sobre la abundancia de la generosidad de Dios, es el texto de la teofanía de Mambré, en el que Dios se revela a Abrahán. (Gn 18,1) Sabemos que Abrahán era anciano y su esposa, Sara, adicionalmente, era estéril: no podía tener hijos. Para nosotros, gente del siglo XXI, la esterilidad no es la gran tragedia que era dos mil ochocientos años atrás.

Tampoco existía la idea, ni mucho menos la esperanza, de la resurrección, de tal manera que una pareja que moría sin hijos, eran un hombre y una mujer condenados al olvido: nadie guardaría memoria de ellos, nadie.

Dios prometió a Abrahán que él sería padre de muchas naciones, por eso le cambió el nombre de Abrán a Abrahán (Gn 17,5), además, el Señor le había concedido un hijo a través de Agar (Gn 16,15), la esclava de Sara, pero Dios le aseguró que el hijo que herdaría las promesas que el Señor le había hecho, no sería el hijo de la esclava, sino de Sara, su mujer; sí, la mujer mayor y estéril.

Cuando Dios se apareció a Abrahán en Mambré, el patriarca fue asombrosamente generoso y espléndido: tres individuos se presentan al anciano en el momento de más calor del día y parece que han realizado un viaje largo que todavía habría de continuar, así que Abrahán, a pesar de ofrecerles un “bocado de pan” (Gn 18,5), realmente les ofrece un banquete, como si los invitados fueran una muchedumbre; lo que preparan él, su esposa y su criado es un manjar para una numerosa multitud.

Entonces, viene la “revancha” de parte de Dios. Si el patriarca ha sido espléndido en su trato y en el banquete, ¿cómo podría Dios ser menos generoso que un hombre?

Así que Dios le promete a Abrahán que al año siguiente, por las mismas fechas, Sara habrá tenido un hijo, porque nada hay imposible para Dios.

¿QUÉ DEBO HACER?
Alentar en tu vida la esperanza de un porvenir prometedor, de una realización plena. No olvides que Dios es el único generoso: tú puedes dar a quien necesita algo, desprenderte de tus bienes, pero Dios te da como bienes para ti a su propio Hijo, su Espíritu Santo y la vida eterna en el cielo. ¿Qué se puede comparar contra todo eso?

El agua amarga que se endulza

Los pasajes relacionados con la salida del pueblo de Israel de la tierra de Egipto de camino a la tierra prometida, nos ayudan a entender que madurar, crecer y hacerse adulto, es decir, plenamente libres, supone una serie de luchas, trabajos, empeños y, por supuesto, algunos dolores y sacrificios. Uno de estos pasajes nos habla del momento en que Israel, de camino por el desierto, experimenta una sed terrible y reclaman a Moisés preguntándole “¿qué es lo que vamos a beber?” (Ex 15,24)

En el lugar al que llegan hay agua, pero es agua amarga que no se puede beber. La caminata por el desierto durante tres días (Ex 15,22) les lleva al borde a la desesperación, de tal manera que el modo en que solicitan agua a Moisés parece un reclamo a Dios.

La convicción de que Dios está con ellos o de que camina a su lado por el desierto, se contrapone a la experiencia vivida: si Dios viniera con nosotros -pensaban- no nos faltaría el agua en medio del desierto, entonces, si carecemos de agua, Dios no está con nosotros.

La solución, desde luego, la pone en marcha Moisés, pero quien realiza el don del agua en medio del desierto, es Dios mismo que, efectivamente, camina con su pueblo, es su compañero de viaje, pero también compañero de destino: lo que afecta al pueblo toca las fibras del interior divino. Moisés encuentra un madero y lo arroja al agua, convirtiéndola en agua dulce que puede beberse y el problema queda resuelto.

En medio del desierto, la necesidad de beber agua es urgente y los manantiales o los pozos son contados; en el desierto el agua escasea y satisfacer la sed es toda una odisea.

Dios siempre da a los seres humanos aquello que más necesitan en el momento más oportuno: puedes estar sediento y Dios te proveerá de agua, no siempre cuando la pidas, pero sí siempre que la necesites. Jesús habla del Espíritu Santo como agua viva que colma la sed e impide volver a tener sed.

¿QUÉ DEBO HACER?
Ir por la vida con la convicción de que todo aquello que sea importante para ti, en algún momento Dios te lo concederá, pero sin olvidar que hay un agua que apaga la sed de plenitud que solo Dios satisface.

La Fiesta y el banquete

Durante los días de la pandemia, la situación económica de muchas familias ha variado significativamente, desde quienes vieron reducido su salario, hasta quienes perdieron su empleo. En estas circunstancias comer hasta hartarse, no es posible. En tiempos de Jesús, no todos tenían para comer y quedar satisfechos. En la multiplicación de los panes que meditábamos previamente, se concluye el relato diciendo que la gente comió hasta saciarse y, además, sobraron doce canastos. (Mt 14,20) Es decir, hubo comida de sobra.

Para entender esta plenitud de alimento, necesitamos pensar en lo que hacemos cuando preparamos una fiesta; podemos pensar en las fiestas ordinarias que hacemos en casa, que suponen empeño, dedicación y una buena inversión económica, o, podemos pensar en un quinceaños o una boda, en donde simplemente, echamos la casa por la ventana.

En una fiesta, lo fundamental es el motivo de la celebración, el encuentro entre personas que se aman y el alimento. Pero, este alimento es abundante, todos pueden repetir plato, en ocasiones repartimos lo que queda entre los familiares y amigos, y el resto, lo comemos en los siguientes días (recuerda los recalentados de Navidad y año nuevo).

No hay fiesta sin un motivo, un convivio y un banquete. En el centro de la fiesta están las personas importantes que celebramos. La multiplicación de los panes nos hace pensar en la fiesta, donde personas que se interesan unas por otras, comparten el pan y la sal.

Pensamos que la persona o personas celebradas son tan importantes que merecen que marquemos un alto en el camino y preparemos algo especial, que reunamos a quienes más nos importan y juntos comamos y bebamos sabiendo que el amor es siempre una fiesta, una celebración y un banquete.

De hecho, Jesús presentará en varias ocasiones la vida del cielo como un banquete, una fiesta, una celebración. No nos podemos perder esa fiesta, nunca terminará y será plena.

¿QUÉ DEBO HACER?

Vivir la vida como una constante fiesta y celebración, consciente de que tienes motivos para estar feliz, para gozar y para disfrutar de la compañía de quienes amas y te aman, pero también debes poner tu corazón en esa fiesta en la que la vida, el amor y la perfección, serán eternos. Y en ese banquete te encontrarás con personas que en esta vida son realmente importantes para ti.

¡Bendiciones!

La compasión y la multiplicación de panes

Jesús tiene mucho qué enseñarnos. Un pasaje que nos puede orientar mucho es el de la multiplicación de los panes, único relato de milagro que aparece en los cuatro evangelios.

Mateo nos dice que, cuando Jesús se enteró de la muerte del Bautista, se retiró él solo en una barca a un lugar solitario. (Mt 14,13) Cuando la gran multitud que lo había estado siguiendo, se entera van a su encuentro, a pie, hasta encontrarlo. (Mt 14,14)

Que Jesús haya estado delante de su Padre en oración es algo que podemos percibir porque, cuando viene de regreso en la barca y se topa con la gran muchedumbre, la respuesta de Jesús es que se conmovió profundamente de ellos, es decir, algo en su interior, en sus entrañas, en su corazón, se conmocionó fuertemente en él, de tal manera que se puso a curar a los enfermos que se encontró entre la multitud.

Como fruto del encuentro con el Padre, Jesús es capaz de conmocionarse en lo más íntimo de su ser ante las necesidades, el sufrimiento, el dolor de la gente, pero descubre en ellos también la esperanza y el anhelo: algo esperan ellos encontrar u obtener al ir al encuentro de Jesús, y él, ni los defrauda, ni los devuelve con las manos vacías.

Es propio de Jesús dejarse tocar por el dolor humano, pues no entiende que las personas sufran y por eso les ofrece la salud. Y viene a continuación la narración de la multiplicación de los panes: los discípulos le piden que despida a la gente, pero Jesús les dice que la gente no tiene porqué irse (Mt 14,16), puesto que ellos, pueden continuar con la benéfica obra que él inició: si Jesús da consuelo, salud y esperanza, sus discípulos pueden ayudarlo a alimentar multitudes. Para Jesús no basta la predicación del reino o curar enfermedades, hay que dar de comer al hambriento, pero el hambriento, ha de reconocer que hay un pan superior al que debe aspirar.

¿QUÉ DEBO HACER?

Ponerte diariamente en la presencia de Dios para que el encuentro con él, te haga sensible al dolor del hermano y que te lleve a ver el sufrimiento con ojos compasivos, de tal modo que seas capaz de socorrer al necesitado y al que sufre.

¡Bendiciones!

El Jardín del Eden

Hay una segunda narración sobre la creación del ser humano; esta narración es más vívida, más expresiva. Es aquella en la que se habla de un hermoso jardín paradisiaco lleno de delicias. En ese jardín, llamado Edén, Dios hizo brotar toda clase de árboles deleitosos tanto a la vista como para comer. (Gn 2,9) El ser humano fue colocado en dicho jardín con la intención de que el hombre lo labrara y lo cuidara (Gn 2,15).

Este pasaje nos presenta a Dios disponiendo de un sitio para los seres humanos y para las creaturas que va a crear. No es cualquier sitio, lo presentan como un jardín de delicias, como un paraíso, lleno de vida, de exuberancia, de alimento y bienestar.

Estos cuidados que Dios tiene para con el ser humano lo podemos visualizar mediante la imagen que nos viene cuando pensamos en una pareja que está esperando un hijo: se plantean si será niño o niña, se ponen a discutir sobre nombres, elaboran listas, descartan algunos y subrayan otros, se piensa en nombres de familiares muy queridos por los esposos, de personas significativas; pero, también se preparan sitios.

La mujer cuida su alimentación, su descanso, sus preocupaciones; el varón vela por su mujer, le cumple sus antojos, vigila sus acciones. Por su parte, ambos preparan el lugar donde acogeran al bebé, pintan el sitio, compran una cuna, regalos, mantitas, ropones. ¿Cuál es el motivo de todo esto? el amor, la expectativa, los sueños, los anhelos, las esperanzas.

Dios es mostrado por el autor preparando el lugar donde ha de acoger a sus hijos. Les prepara el mejor sitio con lo más excelente que existe, con lo más delicado. La imagen del jardín es muy ilustrativa porque, por una parte es un lugar que impone exigencias, requiere trabajo, empeño y dedicación, pero por otra, es un lugar de descanso, de placer, de relajamiento. Ese jardín es imagen del cielo, donde Dios es el bien más bello y disponible para todos. El mundo es un bello jardín donde habitamos los seres humanos, pero, su belleza está muy lejos del reino de Dios en el que el Padre quiere acogernos y recibirnos para siempre.

¿QUÉ DEBO HACER?
Cuidar el mundo en el que vives, apreciarlo, descubrir su belleza sin olvidar que hay algo más allá del tiempo y el espacio en el que no existe dolor, lágrima ni tristezas. Puedes anticipar un mundo así consolando al triste y ayudando al necesitado.

¡Bendiciones!

Dios máximo bien

Cuando Mateo nos invita a reflexionar sobre las tentaciones de Jesús, nos presenta al tentador retándolo a convertir las piedras del desierto en panes para que sacie su hambre de 40 días y 40 noches de ayuno. Conocemos vivamente la respuesta del Señor: No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.” (Mt 4,4)

El alimento es necesario para la vida; los seres humanos necestiamos comer. Pero, Dios nos recuerda que hay algo más que el solo alimento, porque los seres humanos somos mucho más que solo materia, instinto y condicionamientos físicos y psicológicos.

Cuando Dios creo al ser humano, lo creó a imagen suya (Gn 1,27), para dar a entender que hombres y mujeres somos seres cercanos a Dios, próximos a él; de alguna manera el texto del Génesis da a entender que el ser humano es prójimo de Dios. Pero, el hecho de que Dios nos llame a una vocación de amistad, intimidad y proximidad con él, no quita que el Señor se preocupe por todo tipo de bienes y del bienestar humano, por eso, una vez que lo ha creado y le ha dado poder para ser señor del mundo que Dios creó, le manifiesta su preocupación por su alimento (Gn 1,29). Es decir, el hombre y la mujer pertenecen al mundo superior en el que Dios habita, pero vive en el mundo y en el tiempo con una serie de necesidades que Dios acepta, comprende y se preocupa por satisfacer. No somos ángeles, pero tampoco somos hierba, flores o aves del cielo. Dios ha puesto en el mundo todo lo que necesitamos para satisfacer nuestras necesidades, pero quiere que recordemos que el máximo bien al que debemos aspirar es él mismo. Dios es el único bien que no perece, que no disminuye y que todos podemos compartir sin mengua de tipo alguno.

¿QUÉ DEBO HACER?

Dar gracias a Dios en tu oración por los bienes que te da, pero cincela en tu corazón que no hay bien superior a Dios. Dios es el mayor bien a que puedes aspirar.


¡Bendiciones!