Todos conocemos el pasaje de Simón el fariseo que invitó a Jesús a comer en su casa. Cuando la fiesta ha comenzado y todos están recostados comiendo (por eso sabemos que se trata de una fiesta) llega una mujer que se pone a los pies de Jesús para bañarlos con sus lágrimas, secarlos con sus cabellos y perfumarlos. (Lc 7,37-38)
Lucas, a quien le gusta mucho mostrar diálogos interiores forjados en el corazón de sus personajes, nos dice que el fariseo pensaba que, si Jesús fuese un profeta, sabría que la mujer que le está tocando es una pecadora.
Así, la fiesta o el banquete fue interrumpido por una mujer pecadora. No había sido invitada, y su condición de pecadora restaba dignidad a la fiesta. Hay que ver qué clase de gentuza se suele colar en las fiestas de gente VIP. Simón se siente ofendido y escandalizado.
Para Jesús la dignidad no está en las fiestas ni en los invitados, sino en las disposiciones interiores. Simón piensa en obligaciones proféticas, pero Jesús le recuerda otras obligaciones más ordinarias, concretas y actuales: acoger a sus invitados de manera digna y exuberante, como hizo Abrahán con sus invitados venidos de lejos. (Gn 18)
Pero, los seres humanos somos muy parciales, miramos siempre donde nos conviene y no donde deberíamos. Y es aquí donde la mujer le gana terreno a Simón: el amor se muestra con delicadeza en los detalles.
Los gestos de esta mujer consiguen el perdón de Dios: el amor excesivo provoca perdón excesivo y el perdón excesivo, engendra una nueva respuesta de amor. Amar y perdonar son actitudes que los cristianos debemos dar generosamente y sin límites: Jesús nos enseña a amar sin límites y a perdonar siempre y a todos, sin importar los daños, los motivos, las heridas o la recurrencia, algo que casi nunca estamos dispuestos a dar.
Pero solo el que ama y perdona puede abrirse realmente al Dios de Jesús y solo así podemos ser verdaderos discípulos y seguidores suyos.
¿QUÉ DEBO HACER?
Practicar el amor sin medida y el perdón sin límites a todos, una y otra vez, siempre, aunque duela, aunque canse, aunque te agote. Cuando amas y perdonas, en el cielo se hace una fiesta y un banquete, porque alguien (tú, yo, alguien más) ha vuelto al redil de Jesús. Si te sabes amado por Dios, te sabrás perdonado siempre.